Los mocos de Adelita,
una permanente gritería y un embarque al Cesar… ¿Cuánta tragedia suelta?
Aún no alcanzó a ver los primeros rayos del sol y ya estoy pensando en él, en mí Cesar. Lo imagino buscándome sobre las grandes alas de las guacamayas, que surcan los aires con sus piruetas veloces, festoneadas de mar y monte en sus largas plumas. La algarabía es por doquier y yo me devano en un perenne: —Me quiere o no—; intentando que la niña aprenda a utilizar el papel higiénico o un mustio pañuelo en esa nariz de volcán de mocos. Les he dicho que, seguramente, está infante está enferma y que es menester un estudio científico de los mocos de Adelita. Tanto moco verde perico, a toda hora, no es normal. Pero, qué les puedo decir?; yo no soy la madre, yo soy sólo una modesta sirvienta en este hogar de pobretones, engreídos y flojos.
— Ya voyyyyyyy—; respondo con la garganta reseca de oír tanto grito.
Y es que estos mutilados mentales no logran rematar ninguna tarea sin que yo me meta, opine o simplemente, lo haga yo. Son descerebrados, enanos intelectuales. No me explico cómo tienen esos grandes títulos universitarios pegados en la pared. Se muestran como un adorno polvoriento y mugroso que caduca con los años, como los yogures fuera de las neveras. Pero les he advertido, a ambos, a la Susana y al drogadicto, alienígena del Liliano, nombre estúpido, para un estúpido; que a la falta de una quincena más, me mudo. Me largo de este apartamento marginal para siempre, jamás y me alejare con placer de este bloque esperpéntico, lleno de viejos y muchachos drogadictos.
De pronto, el pitico de la suerte, la vida y el amor tuu, tu,
t. Es Cesar, mi enfermero del amor. Cuantas noches cocinando nuestro encuentro entre
los mensajes del wasap y del teléfono,
acompasados por una buena copa de vino… Divinura lejana! Y no pretenderá Susana,
a cuenta que ella es una borracha tropical, que yo disfruté mis orgasmos
mentales a la luz de unos morroñosos rones andinos. De esos potingues y brebajes
que inventan con alcohol de hospital y montes de quebradas y caminos por esos
montes lejanos. Ésos, licores baratos, lava gallo, como dice la borracha de
planta baja; que más sirven para hacer fricciones a las rodillas artríticas de
las viejas de la Junta de Condominio o curar las heridas y laceraciones de la
niña cuando llega del colegio, que un deleite para el paladar y el cuerpo. Ni
se imaginen. Yo, tomo vino… y del bueno, del viejo, del de diez años para
arriba. Con mi copita consumo mi amor extra parque, extra rio Guaire con mi
Cesar, que allá, en la lejana playa de Macuto me espera. Pero….reflexiono, el
traje de baño, la toalla, el bronceador??… No puedo llegar como una monja,
cerrada, tapada. Necesito un tanga que lo excite y le muestre mis carnes
apretaditas y vírgenes… Bueno, quizás algo usadas… pero soy mentalmente virgen.
Dios, Santo Cristo, pero si estoy o, más bien me siento, como un bollo de navidad. Estoy gorda y celulítica, he perdido la figura, como la gorda del 32.
Corro…, o digo yo…,
vuelo por los adoquinados pasillos de este mugriento callejón. Llego, entro al
cuarto color fresita, con cortinas de Hello Kitty de la niña, empujo los
cochecitos doblados debajo de la cama, meto la cabeza hasta el final del
gavetero y…; finalmente, ¡albricias! logro mi cometido. Entonces, la tomo con
las dos manos, la acaricio con reverenda pasión, como amansando su veredicto,
como pidiéndole misericordia. Luego la miro de frente y trato de acariciarla
tiernamente, al tiempo que retiro su estela polvorienta de su pisapies. Me excita
saber que ya entraremos en contacto. Un soponcio momentáneo impulsa unas arcadas débiles y
avinagradas que se sueltan hasta mi garganta…, pero…, retomo mi paso soldadesco
ante ella y sigo adelante para lograr mi objetivo.
—Sin miedo—; me repito silente que —yo sí puedo— me digo para mis adentro varias veces. Que todo saldrá bien. Entonces, me agacho con parsimonia, teniéndola entre mis manos y tiernamente la coloco en el suelo. Se la ve majestuosa, aireada… poderosa. De tanta excitación y con la sensación del
café caliente recorriendo mi cuerpo me inclino sobre ella para analizar su condición. La garganta se me reseca frente a un veredicto definitivo. Finalmente ella está allí, segura, para decirme todas las verdades. Dudo, la miro de reojo y doy una vuelta para ver a la niña que insiste en comerse los mocos de relleno de las galletas vainilla que le serví para la merienda. Le hablo con voz suave, retirándole el costal de mocos de la cara y logro una suerte de negociación entre ambas: Yo no le doy más arepa tostada, ella no se come más los mocos... ¡Gran Final! Entonces, regreso impávida y ella sigue allí, escéptica; como una juez lista para dar el gran veredicto, con objetividad y certeza. Sin más prolegómenos y tomando una inmensa bocanada de aire olorosa a pino y a harina frita, resulta de las arepas que hay en el fogón, me monto en la báscula de la verdad…
Cómo me entrego a Cesar sin saber si todas mis carnes están bien puestas?? A mí no me interesa lo que
dice la Teresa, la del quinto piso. Su despotricamiento contra todos los machos del planeta es pura frustración de frígida atormentada ¡No y no!. Yo, si sueño que las manos grandes, blancas de arriero nuevo de mi Cesar, jugueteen con mis pezones, mi vientre y el resto del cuerpo. Hoy, si pasará…; hoy es el día del amor.
Otra vez, me gritan desde la cocina como si fuese una vaca
vieja. No me dejan leer el mensaje de Cesar. Llega Susana despavorida, que la
niña destrozó la licuadora con su cabeza y que tiene una herida de más de diez
centímetros. Ella llora y hace ademanes para desmayarse. Suena otro pitico del
móvil, Pit, Pit, Pit. Cesar me sigue escribiendo…, siento su amor a través de
los transistores, de las ondas telefónicas no encendidas, del aire mismo. Susana
me grita que abandone a Cesar y la siga a ella, y que —Deja ese cochino teléfono—. Me desconcentro, porque la niña
llega bañada en sangre. Parece uno de esos monstruos que salen en las malas
pelicular de terror de la tele la noche de los viernes. El tiempo pasa
haciéndome presa de una frustración amorosa, sexual, sensual, erótica…
Horas después…
Aquí estoy en la emergencia del hospital. A la niña le dieron
más puntos que a un zurcido de marcas finas. Es de madrugada… la enfermera sale
y dice que la niña quedara fea, pero viva y bien. Bueno … ya era un poco feona…
¿quizás? una cicatriz la vuelva un poco más llamativa e interesante???. Todos
salen del salón y yo voy al baño… Allí me siento en la poceta y miro el móvil.
Con miedo leo a Cesar. Mensaje de las dos y cuarenta de la tarde: —Mi negrita te estoy esperando con cálido
deseo y mucho amor…, apúrate… Tu Cesar—.